domingo, 21 de febrero de 2010

Margarita

Margarita siempre soñaba con el circo. Esa noche no fue la excepción.

Era trapecista, equilibrista, malabarista. A menudo, volaba por el aire, casi no tenía peso, sus pies ligeros rozaban apenas los objetos y su respiración era tan tenue como su cuerpo transparente. Tenía fiebre.

Sentía que se deslizaba con extrema rapidez, que sus átomos encadenados se reconvertían una y otra vez produciéndole una grata sensación de hormigueo que unida al clamor de los aplausos aumentaba el tamaño y la potencia de sus alas recién nacidas.

*

En su casa inundada con el olor de tantas flores, todos lloraban.

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