jueves, 15 de abril de 2010

Sed

Sentía sed, mucha sed. Abrió los ojos. La oscuridad era completa. Alargó la mano para encender la luz, pero ella no le obedeció. Escuchó, nada, ningún sonido ¿qué raro?

La sed lo avasallaba, trató de ordenar sus pensamientos, recordó su despedida de soltero la noche anterior, lo feliz que se sintió. Tal vez comió demasiado… cuando amaneciera se vestiría de blanco igual que Laura para sellar su amor ante Dios y ante el mundo.

La sed lo incomodaba. Iría buscar agua. Intentó moverse, pero nada sucedió. Se creyó ebrio. Ya pasaría.

Nunca supo cuanto tiempo permaneció entre la vigilia y el sueño. No entendía, ¿acaso estaba inmovilizado en un resquicio del tiempo? Nada le dolía, solo la sed y Laura, Laura, Laura…

La lengua seca se le pegaba al paladar. Pensó en la represa cercana y deseó fervientemente sumergirse en ella, bebérsela con fruición. Entonces escuchó un impresionante crujido que se precipaba hacia él como un torrente. Con alegría abrió la boca y tragó, tragó con ansias; cuando quiso detenerse no pudo, el agua seguía entrando y lo rodeaba por completo.

Ahora necesitaba aire, así que deseó fervientemente saciarse de aire. Sintió que flotaba, sin peso, sobre su casa inundada. La represa habíase roto horas después del sismo de esa noche.

*

Un sol intenso brillaba indiferente a la angustia de Laura que buscaba desesperadamente, en medio del desastre, a su amado Miguel.

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