jueves, 15 de abril de 2010

Percepciones

Olor a boldo

Sintió que alguien le tocaba el brazo diciéndole: aquí nos bajamos. Descendió del autobús y dócilmente se dejó llevar.

Nunca había ido a ese lugar. Quienes estuvieron allí, le describieron su belleza sencilla y afirmaban que allí se respiraba paz.

Carecía de importancia él no pretendía nada. Habían caído todas sus hojas, entraba de lleno en largo invierno. De todas maneras aceptó la invitación de su amigo.

Su ser continuaba conectado al recuerdo de su esposa, a su voz grave, a la tibieza de su cuerpo, al perfume de sus cabellos.

Todo lo demás era un gran escenario en el que no deseaba participar, sentíase cómodo en su butaca de espectador ausente.

Caminaron sin prisa por una huella estrecha. Un bosquecillo nativo les dio la bienvenida con un fuerte olor a boldo que impregnaba el ambiente. En ese momento él sintió como si hubiera abierto los párpados después de mucho tiempo, como si el velo que obstruía su visión, el candado que cerraba su portal se esfumaba. Bruscamente había arribado su primavera.

Pidió a su amigo que se detuvieran un momento, deseaba sumergirse en ese mundo mágico desplegado ante él.

Como quien cruza el umbral hacia otra dimensión, penetró en el aroma a boldo húmedo transportándose a un mundo de sentimientos y emociones colmadas de vida. Ahora todo era importante: La brisa tibia que acaricia la piel, el sonido que emiten los habitantes del bosque y el momento del día en que honran al silencio, el sabor de los frutos maduros y por sobre todo el sutil alimento que se absorbe a través de la respiración, o sea, el maná bendito de la vida.

En ese instante rechazando los pensamientos inquisidores de los por qué y los cómo que suelen aparecer de inmediato en el vivir común, optó por el presente tal y cual se presentaba.

Con la más hermosa sonrisa que jamás esbozó dio las gracias a la maravilla de la Creación.

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